
Hace unos días, con mi mujer fuimos a visitar un amigo en el Centro Penitenciario Madrid V Soto Del Real.
Hicimos los trámites necesarios (comprobación de DNI, impresión dactilar, foto) y el personal de la prisión nos ayudó muy amablemente con los detalles. Antes de entrar a la sala de espera, pasamos por un puesto de control como en el aeropuerto. Fuera chaquetas, cinturones, relojes, joyería, zapatos. No estaba permitido pasar absolutamente nada que no fueran las llaves del coche. Ni un bolígrafo.
Después de media hora, junto con otras 30 personas que estaban esperando, pasamos por un patio donde en ambos lados se alzaban dos altos cercados de alambre de espino separados entre sí por una especie de tierra de nadie. Imposible escapar de allí. Después del ambiente relajado entre los visitantes en la sala de espera, se fue cerniendo sobre nosotros la dura realidad de que esto era una cárcel con todo lo que esto significa.
La primera impresión al entrar en el salón de visitas era justo como se ve en las películas: una gran sala con pequeños cubículos con un cristal en medio separando reclusos de visitantes. Vimos cómo cada visitante fue buscando la persona que quería visitar.
Nosotros encontramos nuestro amigo en un cubículo al final del salón, esperándonos de pie, sonriente, erguido y expectante, un micrófono en la mano para poder hablarnos. Al verle, nos sobrecogió la emoción. Pusimos nuestras manos contra el cristal juntándolas con las suyas como si nos tocáramos.
Me encantó verle tan bien no-obstante estar en la cárcel y en espera de un juicio complicado y se lo dije. Me dio las gracias y comentó que mostrarse tenso y deprimido con los amigos que le visitaban no iba a servirle de nada. Lo que le pasaba era algo que había causado él mismo y ahora a esperar que la justicia actuara.
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